Ayer fue trece de diciembre. Para muchos no es más que una fecha en el calendario, que nos aproxima a la celebración de la Navidad que tenemos en ciernes, y que se caracteriza por las comidas de empresa, encuentros familiares en días señalados y la práctica del regalo. Para los más pequeños tiene un encanto especial porque al final del ciclo festivo vienen los Reyes Magos y, pese a la rivalidad que de unos años a esta parte le disputa Papá Noel -vivimos en un tiempo en que las competencias con las celebraciones propias del mundo anglosajón son una constante entre nosotros-, Melchor, Gaspar y Baltasar siguen siendo la principal referencia de la celebración infantil. Incluso lo es también para aquellos mayores que, sacando al niño que llevan dentro, no han perdido la ilusión de lo que esa noche, verdaderamente mágica, significa.
“Trece de diciembre”, amén de una fecha en el calendario, es el título de un libro de relatos. Aclaremos que siempre he tenido al relato, principalmente al que se califica de corto, como uno de los más exigentes géneros literarios a los que un autor puede enfrentarse. Lo sostengo porque son numerosas las limitaciones con que se encuentra y, si el relato en cuestión es verdaderamente corto, no es menor la limitación del recorrido de que se dispone para contar una historia en la que ha de haber, lo que en la preceptiva literaria clásica se denominaba como planteamiento, nudo y desenlace, aunque se nos presente de manera subrepticia, como prefieren hacerlo algunos autores en aras de una modernidad rupturista. No es, menos mal, el caso que nos ocupa.
“Trece de diciembre” es el título del último volumen de relatos cortos de Sánchez Zamorano. Lo ha tomado del primero de ellos en el que aprovecha para pasear al lector por diferentes espacios de Córdoba -alrededores de la Mezquita Catedral, el Brillante o la ribera del Guadalquivir-, si bien su principal centro de atención es la facultad de Derecho, antiguo cenobio de monjes carmelitas donde las tropas napoleónicas llevaron a cabo una despiadada masacre cuando entraron en Córdoba, en julio de 1808. A esa circunstancia se atribuye el hecho de que, según algunos trabajadores que prestan su servicio en horas nocturnas -guardias de seguridad y limpiadoras-, se oigan voces, músicas extrañas o lamentos. Esos elementos, supuestamente paranormales, se convierten en el eje de la trama del relato de Sánchez Zamorano; aunque hemos de aclarar que, como en todo buen relato, nada es lo que parece y no se descubrirá hasta el final.
El autor juega, pues, con los misterios que acompañan a la facultad de Derecho, algo que ocurre en algún que otro edificio de la ciudad y que ha dado lugar a interpretaciones varias. “Trece de diciembre” -no olvide el lector que es la festividad de Santa Lucia y que en otro tiempo su celebración coincidía con la fecha del solsticio de invierno- tiene una creciente tensión narrativa y un final inesperado. Son dos de las cualidades imprescindibles para construir un buen relato y el autor las maneja con habilidad para introducir al lector en los entresijos de la historia y resolverla sorprendiendo, sin que ello signifique pérdida de verosimilitud que ha de ser el tercer ingrediente fundamental, salvo excepciones muy específicas.
Ya saben, Trece de diciembre es… algo más que una fecha en el calendario.
(Publicada en ABC Córdoba el 14 de diciembre de 2016 en esta dirección)